martes, octubre 06, 2009

En la estepa ( Samanta Schweblin)


Volviendo a la carga en el blog luego de que un huracán binario me desconfigurara windows XP.


A propósito de un correo de Adelaida, me he puesto a pesar que necesitamos un repaso sobre la manera de contar un cuento y cómo es que funciona el manejo de la tensión y el desarrollo de la historia.

Les estoy presentando el texto de una narradora joven que hace poco ganó el premio Casa de las Américas con " Pájaros en la boca", se llama Samanta Schweblin y este cuento es muy bueno para comprender ese avance, paso a paso.

Léanlo que el jueves posteo mi visión de la manera en que se va desenrollando el conflicto.


Saludos.


No es fácil la vida en la estepa, cualquier sitio se encuentra a horas de distancia, y no hay otra cosa más para ver que esta gran mata de arbustos secos. Nuestra casa está a varios kilómetros del pueblo, pero está bien: es cómoda y tiene todo lo que necesitamos. Pol va al pueblo tres veces por semana, envía a las revistas de agro sus notas sobre insectos e insecticidas y hace las compras siguiendo las listas que preparo. En esas horas en las que él no está, llevo adelante una serie de actividades que prefiero hacer sola. Creo que a Pol no le gustaría saber sobre eso, pero cuando uno está desesperado, cuando se ha llegado al límite, como nosotros, entonces las soluciones más simples, como las velas, los inciensos y cualquier consejo de revista parecen opciones razonables. Como hay muchas recetas para la fertilidad, y no todas parecen confiables, yo apuesto a las más verosímiles y sigo rigurosamente sus métodos. Anoto en el cuaderno cualquier detalle pertinente, pequeños cambios en Pol o en mí.


Oscurece tarde en la estepa, lo que no nos deja demasiado tiempo. Hay que tener todo preparado: las linternas, las redes. Pol limpia las cosas mientras espera a que se haga la hora. Eso de sacarles el polvo para ensuciarlas un segundo después le da cierta ritualidad al asunto, como si antes de empezar uno ya estuviera pensando en la forma de hacerlo cada vez mejor, revisando atentamente los últimos días para encontrar cualquier detalle que pueda corregirse, que nos lleve a ellos, a uno al menos: el nuestro.


Cuando estamos listos Pol me pasa la campera y la bufanda, yo lo ayudo a ponerse los guantes y cada uno se cuelga su mochila al hombro. Salimos por la puerta trasera y caminamos campo adentro. La noche es fría, pero el viento se calma. Pol va adelante, ilumina el suelo con la linterna. Más adentro el campo se hunde un poco en largas lomas; avanzamos hacia ellas. En esa zona los arbustos son pequeños, apenas alcanzan a ocultar nuestros cuerpos y Pol cree que esa es una de las razones por las que el plan fracasa noche a noche. Pero insistimos porque ya van varias veces que nos pareció ver algunos, al amanecer, cuando ya estamos cansados. Para esas horas yo casi siempre me escondo detrás de algún arbusto, aferrada a mi red, y cabeceo y sueño con cosas que me parecen fértiles. Pol en cambio se convierte en una especie de animal de caza. Lo veo alejarse, agazapado entre las plantas, y puede permanecer de cuclillas, inmóvil, durante mucho tiempo.Siempre me pregunté cómo serán realmente.


Conversamos sobre esto varias veces. Creo que son iguales a los de la ciudad, sólo que quizá más rústicos, más salvajes. Para Pol, en cambio, son definitivamente diferentes, y aunque está tan entusiasmado como yo, y no pasa una noche en la que ni el frío ni el cansancio lo persuadan de dejar la búsqueda para el día siguiente, cuando estamos entre los arbustos, él se mueve con cierto recelo, como si de un momento a otro algún animal salvaje pudiera atacarlo.



Ahora estoy sola, mirando la ruta desde la cocina. Esta mañana, como siempre, nos levantamos tarde y almorzamos. Después Pol fue al pueblo con la lista de las compras y los artículos para la revista. Pero es tarde, hace tiempo que debió haber regresado, y todavía no aparece. Entonces veo la camioneta. Ya llegando a la casa me hace señas por la ventanilla para que salga. Lo ayudo con las cosas, él me saluda y dice:

—No lo vas a creer.

—¿Qué?

Sonríe y me indica que entremos. Cargamos las bolsas pero no las llevamos hasta la cocina, no una vez que algo sucede, que al fin hay algo para contar. Dejamos todo a la entrada y nos sentamos en los sillones.

—Bueno —dice Pol; se frota las manos—, conocí a una pareja, son geniales.

—¿Dónde?

Pregunto sólo para que siga hablando y entonces dice algo maravilloso, algo que nunca se me hubiera ocurrido y sin embargo entiendo que lo cambiará todo.

—Vinieron por lo mismo —dice. Le brillan los ojos y sabe que estoy desesperada por que continúe—, y tienen uno, desde hará un mes atrás.

—¿Tienen uno? ¡Tienen uno!, no lo puedo creer…

Pol no deja de asentir y frotarse las manos.

—Estamos invitados a cenar. Hoy mismo.

Me alegra verlo feliz y yo también estoy tan feliz que es como si nosotros también lo hubiéramos logrado. Nos abrazamos y nos besamos, y enseguida empezamos a prepararnos.

Cocino un postre y Pol elige un vino y sus mejores puros. Mientras nos bañamos y nos vestimos me cuenta todo lo que sabe. Arnol y Nabel viven a unos veinte kilómetros de acá, en una casa muy parecida a la nuestra. Pol la vio porque regresaron juntos, en caravana, hasta que Arnol tocó la bocina para avisar que doblaban y entonces vio que Nabel le señalaba la casa. Son geniales, dice Pol a cada rato y yo siento cierta envidia de que ya sepa tanto sobre ellos.

—¿Y cómo es? ¿Lo viste?

—Lo dejan en la casa.

—¿Cómo que lo dejan en la casa? ¿Sólo?

Pol levanta los hombros. Me extraña que el asunto no le llame la atención, pero le pido más detalles mientras sigo adelante con los preparativos.

Cerramos la casa como si no fuéramos a volver durante un tiempo. Nos abrigamos y salimos. Durante el viaje llevo el pastel de manzana sobre la falda, cuidando que no se incline, y pienso en las cosas que voy a decir, en todo lo que quiero preguntarle a Nabel. Puede que cuando Pol invite a Arnol con un puro nos dejen solas. Entonces quizá pueda hablar con ella sobre cosas más privadas, quizá Nabel también haya usado velas y soñado con cosas fértiles a cada rato y ahora que lo consiguieron puedan decirnos exactamente qué hacer.


Al llegar tocamos bocina y enseguida salen a recibirnos. Arnol es un tipo grandote y lleva jeans y una camisa roja a cuadros; saluda a Pol con un fuerte abrazo, como un viejo amigo al que no ve hace tiempo. Nabel se asoma tras Arnol y me sonríe. Creo que vamos a llevarnos bien. También es grandota, a la medida de Arnol aunque delgada, y viste casi como él; me incomoda haber venido tan bien vestida. Por dentro la casa parece una vieja hostería de montaña. Paredes y techo de madera, una gran chimenea en el living y pieles sobre el piso y los sillones. Está bien iluminada y calefaccionada. Realmente no es el modo en que decoraría mi casa, pero pienso en que se está bien y le devuelvo a Nabel su sonrisa. Hay un exquisito olor a salsa y carne asada. Parece que Arnol es el cocinero, se mueve por la cocina acomodando algunas fuentes sucias y le dice a Nabel que nos invite al living. Nos sentamos en el sillón. Ella sirve vino, trae una bandeja con una picada y enseguida Arnol se suma. Yo quiero preguntar cosas, ya mismo: cómo lo agarraron, cómo es, cómo se llama, si come bien, si ya lo vio un médico, si es tan bonito como los de la ciudad. Pero la conversación se alarga en puntos tontos. Arnol consulta a Pol sobre los insecticidas, Pol se interesa en los negocios de Arnol, después hablan de las camionetas, los sitios donde hacen las compras, descubren que discutieron con el mismo hombre, uno que atiende en la estación de servicio, y coinciden en que es un pésimo tipo. Entonces Arnol se disculpa porque debe revisar la comida, Pol se ofrece a ayudarlo y se alejan. Me acomodo en el sillón frente a Nabel. Sé que debo decir algo amable antes de preguntar lo que quiero. La felicito por la casa, y enseguida pregunto:

—¿Es lindo?

Ella se sonroja y sonríe. Me mira como avergonzada y yo siento un nudo en el estómago y me muero de la felicidad y pienso “lo tienen”, “lo tienen y es hermoso”.

—Quiero verlo —digo. “Quiero verlo ya”, pienso, y me incorporo. Miro hacia el pasillo esperando a que Nabel diga “por acá”, al fin voy a poder verlo, alzarlo.

Entonces Arnol regresa con la comida y nos invita a la mesa.

—¿Es que duerme todo el día? —pregunto y me río, como si fuera un chiste.

—Ana está ansiosa por conocerlo —dice Pol, y me acaricia el pelo.

Arnol se ríe, pero en vez de contestar ubica la fuente en la mesa y pregunta a quién le gusta la carne roja y a quién más cocida, y enseguida estamos comiendo otra vez. En la cena Nabel es más comunicativa. Mientras ellos conversan nosotras descubrimos que tenemos vidas similares. Nabel me pide consejos sobre las plantas y entonces yo me animo y hablo sobre las recetas para la fertilidad. Lo traigo a cuenta como algo gracioso, una ocurrencia, pero Nabel enseguida se interesa y descubro que ella también las practicó.

—¿Y las salidas? ¿Las cacerías nocturnas? —digo riéndome— ¿Los guantes, las mochilas?— Nabel se queda un segundo en silencio, sorprendida, y después se echa a reír conmigo.

—¡Y las linternas! —dice ella y se agarra la panza— ¡esas malditas pilas que no duran nada!

Y yo, casi llorando:

—¡Y las redes! ¡La red de Pol!

—¡Y la de Arnol! —dice ella— ¡No puedo explicarte!

Entonces ellos dejan de hablar: Arnol mira a Nabel, parece sorprendido. Ella no se ha dado cuenta todavía: se dobla en un ataque de risa, golpea la mesa dos veces con la palma de la mano; parece que trata de decir algo más, pero apenas puede respirar. La miro divertida, lo miro a Pol, quiero comprobar que también la está pasando bien, y entonces Nabel toma aire y llorando de risa dice:

—Y la escopeta —vuelve a golpear la mesa— ¡por Dios, Arnol! ¡Si sólo dejaras de disparar! Lo hubiéramos encontrado mucho más rápido…

Arnol mira a Nabel como si quisiera matarla y al fin larga una risa exagerada. Vuelvo a mirar a Pol, que ya no se ríe. Arnol levanta los hombros resignado, buscando en Pol una mirada de complicidad. Después hace el gesto de apuntar con una escopeta y dispara. Nabel lo imita. Lo hacen una vez más apuntándose uno al otro, ya un poco más calmados, hasta que dejan de reír.

—Ay… Por favor… —dice Arnol y acerca la fuente para ofrecer más carne—, por fin gente con quien compartir toda esta cosa… ¿Alguien quiere más?

—Bueno, ¿y dónde está? Queremos verlo —dice al fin Pol.

—Ya van a verlo —dice Arnol.

—Duerme muchísimo —dice Nabel.

—Todo el día.

—¡Entonces lo vemos dormido! —dice Pol.

—Ah, no, no —dice Arnol—, primero el postre que cocinó Ana, después un buen café, y acá mi Nabel preparó algunos juegos de mesa. ¿Te gustan los juegos de estrategia, Pol?

—Pero nos encantaría verlo dormido.

—No —dice Arnol—. Digo, no tiene ningún sentido verlo así. Para eso pueden verlo cualquier otro día.

Pol me mira un segundo, después dice:

—Bueno, el postre entonces.

Ayudo a Nabel a levantar las cosas. Saco el pastel que Arnol había acomodado en la heladera, lo llevo a la mesa y lo preparo para servir. Mientras, en la cocina, Nabel se ocupa del café. —¿El baño? —dice Pol.

—Ah, el baño… —dice Arnol y mira hacia la cocina, quizá buscando a Nabel—, es que no funciona bien y…

Pol hace un gesto para restarle importancia al asunto.

—¿Dónde está?

Quizá sin quererlo, Arnol mira hacia el pasillo. Entonces Pol se levanta y empieza a caminar, Arnol también se levanta.

—Te acompaño.

—Está bien, no hace falta —dice Pol ya entrando al pasillo.

Arnol lo sigue algunos pasos.

—A tu derecha —dice—, el baño es el de la derecha.

Sigo a Pol con la mirada hasta que finalmente entra al baño. Arnol se queda unos segundos de espaldas a mí, mira hacia el pasillo.

—Arnol —digo, es la primera vez que lo llamo por su nombre— ¿te sirvo?

—Claro —dice él— me mira y se da vuelta otra vez hacia el pasillo.

—Servido —digo, y empujo el primer plato hasta su sitio— no te preocupes, va a tardar.

Sonrío para él, pero no responde. Regresa a la mesa. Se sienta en su lugar, de espaldas al pasillo. Parece incómodo, pero al fin corta con el tenedor una porción enorme de su postre y se la lleva a la boca. Lo miro sorprendida y sigo sirviendo. Desde la cocina Nabel pregunta cómo nos gusta el café. Estoy por contestar, pero veo a Pol salir silenciosamente del baño y cruzarse a la otra habitación. Arnol me mira esperando una respuesta. Digo que nos encanta el café, que nos gusta de cualquier forma. La luz del cuarto se enciende y escucho un ruido sordo, como algo pesado sobre una alfombra. Arnol va a volverse hacia el pasillo así que lo llamo:

—Arnol —me mira, pero empieza a incorporarse.

Escucho otro ruido, enseguida Pol grita y algo cae al piso, una silla quizá; un mueble pesado que se mueve y después cosas que se rompen. Arnol corre hacia el pasillo y toma el rifle que está colgado en la pared. Me levanto para correr tras él, Pol sale del cuarto de espaldas, sin dejar de mirar hacia adentro. Arnol va directo hacia él pero Pol reacciona, lo golpea para quitarle el rifle, lo empuja hacia un lado y corre hacia mí. No alcanzo a entender qué pasa, pero dejo que me tome del brazo y salimos. Escucho tras nosotros la puerta ir cerrándose lentamente y después el golpe que vuelve a abrirla. Dentro Nabel grita. Pol sube a la camioneta y la enciende, yo subo por mi lado. Salimos marcha atrás y por unos segundos las luces iluminan a Arnol que corre hacia nosotros.

Ya en la ruta andamos un rato en silencio, tratando de calmarnos. Pol tiene la camisa rota, casi perdió por completo la manga derecha y en el brazo le sangran algunos rasguños profundos. Pronto nos acercamos a nuestra casa a toda velocidad y a toda velocidad nos alejamos. Lo miro para detenerlo pero él respira agitado; las manos tensas aferradas al volante. Examina hacia los lados el campo negro, y hacia atrás por el espejo retrovisor. Deberíamos bajar la velocidad. Podríamos matarnos si un animal llegara a cruzarse. Entonces pienso que también podría cruzarse uno de ellos: el nuestro. Pero Pol acelera aún más, como si desde el terror de sus ojos perdidos, contara con esa posibilidad.

6 comentarios:

  1. Sol,

    mi análisis en pocas líneas es, primero me atrae desde el primer párrafo saber que es lo que le hace falta a esta pareja para estar completos. Segundo, aunque no se sabe que es lo que buscan o que es lo que Pol encuentra en esa habitación, no es necesario, el lector ha sido capturado. Tercero, me parece genial como la escritora genera tensión aún cuando el lector no está seguro de que es lo que está pasando. Coincidió que por el viento se cerró la puerta de mi baño cuando Pol entró a la otra habitación y salté como gato! Cuarto, antes de terminar la historia ya estaba pensando en varias hipotesis sobre la situación y la búsqueda.

    No hay mayor caracterización de los personajes, ni creo que se hace mucho énfasis en la descripción de espacio, maneja un lenguaje convencional y fácil de leer, no hay figuras, ni tanta herramienta literaria a mi parecer, pero al final es un cuento que aunque largo, te da ganas de llegar hasta el final para conocer el desenlace.

    Para mí, estaban buscando al "chupacabras" :D

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  2. ¿Qué será lo que busca? ¿Un bebé salvaje?

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  3. Ja, ja, me encantó lo del chupacabras. Pues a mi la historia me parece un mini me de un cuento de Cortázar, por lo que siguiendo la técnica del mencionado escritor, mantiene la tensión durante todo el texto y al final te quedas con el sabor de algo macabro aunque en verdad no sabes qué era o qué pasó.

    Creo que este cuento es un excelente ejemplo de que no se necesitan adjetivos rebuscados para contar una buena historia, y que no siempre hace falta caracterización e introspección de personajes. A veces la historia habla por si sola, sin necesidad de antecedentes y detalles.

    Analizando el argumento, pues una manera de verlo podría ser que representa la pesadilla por la que pasa una pareja obsesionada con embarazarse. Pero a lo mejor es simplemente una historia tipo Dimensión Desconocida o Archivos X. Prefiero la primera hipótesis, como se habrán dado cuenta a mi siempre me gusta ver más allá.

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  4. Me gusta el manejo de la tensión, tiene mucho de misterioso. Hace días me vengo topando con historias de parejas que viven alejadas de la civilización, familias enteras alejadas de todo. Creo que en ese estado de alejamiento de la sociedad todo puede pasar, el aislamiento comienza a hacer efecto en el subconciente de las personas y termina algo por trastocarse.
    También pensé en un bebe salvaje Sol. Les envío mis saludos. ;) marce.

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  5. Y que tal si lo que se estaban comiendo era un bebé salvaje y lo que estaba en la habitación era la madre salvaje que quería matar por la pérdida de su hijo.

    ¡Me gustó mucho la historia! Buenísima.

    Ade, me reí con tu relato sobre lo que pasó cuando la puerta se cerró con el viento... jajaja.

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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