
Los talleristas han sido desafiados a relatar un cuento breve que tenga como base alguna de sus experiencias relacionadas con un viaje y, con esta estructura de esta historia, modificar la realidad para que parezca algo literario.
A continuación, un fragmento de texto que tiene relación con la consigna. Es un cuento en construcción llamado " Compañeros de viaje". Que les sirva de mapar de ruta. Saludos.
La tortuga que agonizaba en la playa a la escasa luz de la luna, parecía un ídolo derribado de otro tiempo. Los cinco la rodeamos con curiosidad y sin emoción, mientras agradecíamos internamente tener un motivo para detener la marcha. El viento que venía del mar no era frío, pero sí poderoso; por momentos era un canto suave y en otros se tornaba en un grito que rompíamos con nuestros cuerpos. Me acerqué al torso de Hernán y percibí el sudor que se había ido enfriando sobre su piel dejando un olor agradable. Lo respiré rápidamente antes de que el aire salobre volviera a tomarlo todo. Nadie se atrevió a tocar a la tortuga aunque teníamos ganas: era un ejemplar grande que nos contemplaba bocarriba, con los ojos perdidos. Solo yo pasé la mano por el caparazón, del lado del vientre, y lo sentí liso y fresco. El animal, entonces, movió convulsamente una de sus patas y Lorna se prendió del cuello de Hernán. Nela, el Judío y yo intercambiamos miradas.
– Mejor seguimos, no hay que dejar que avance la noche, –sugerí–.
Hernán aflojó el abrazo de Lorna como si deshiciera un lazo con muchísima delicadeza, y le preguntó con la misma ternura que se emplea para hablarles a los chicos que están asustados:
–¿Ya ves el muelle?
Ella miró hacia la noche, la misma noche que llevábamos horas contemplando y que hasta ahora nos había contestado únicamente con una hambrienta tiniebla.
– Allá está, –dijo–, y su mano enrojecida por el sol señaló un punto luminoso en un lance de videncia. Le dimos un último vistazo a la tortuga y nos marchamos sin hacer preguntas. Caminábamos hacia el Norte, en dirección a Punta Carnero, abandonando sobre la arena al único ser con el que nos habíamos topado desde que empezáramos la caminata cuatro horas atrás.
Iba a ser la última vez o al menos eso fue lo que me dijo: “Despidámonos bien, una última vez en la playa, por los viejos tiempos. Van a ir unos amigos, pero podríamos huir, estaremos sólo tú y yo”. Entonces, me contó que se iba a Suiza a casarse con una chica palidísima que había conocido por los bemoles de su trabajo. Ella le propone matrimonio. Él arma su portafolio publicitario, renuncia a la agencia, le da un beso en la mejilla a su madre y se marcha hacia el éxito de un futuro cotizado en francos; pero antes, para demostrar que sí tiene un corazón en el pecho, un corazón que recuerda, quiere decir adiós como es debido. “Donde hubo fuego cenizas quedan y van a parar al mar”. Lo dijo él, no me causó gracia pero estuve de acuerdo en pasar juntos ese fin de semana.
– Mejor seguimos, no hay que dejar que avance la noche, –sugerí–.
Hernán aflojó el abrazo de Lorna como si deshiciera un lazo con muchísima delicadeza, y le preguntó con la misma ternura que se emplea para hablarles a los chicos que están asustados:
–¿Ya ves el muelle?
Ella miró hacia la noche, la misma noche que llevábamos horas contemplando y que hasta ahora nos había contestado únicamente con una hambrienta tiniebla.
– Allá está, –dijo–, y su mano enrojecida por el sol señaló un punto luminoso en un lance de videncia. Le dimos un último vistazo a la tortuga y nos marchamos sin hacer preguntas. Caminábamos hacia el Norte, en dirección a Punta Carnero, abandonando sobre la arena al único ser con el que nos habíamos topado desde que empezáramos la caminata cuatro horas atrás.
Iba a ser la última vez o al menos eso fue lo que me dijo: “Despidámonos bien, una última vez en la playa, por los viejos tiempos. Van a ir unos amigos, pero podríamos huir, estaremos sólo tú y yo”. Entonces, me contó que se iba a Suiza a casarse con una chica palidísima que había conocido por los bemoles de su trabajo. Ella le propone matrimonio. Él arma su portafolio publicitario, renuncia a la agencia, le da un beso en la mejilla a su madre y se marcha hacia el éxito de un futuro cotizado en francos; pero antes, para demostrar que sí tiene un corazón en el pecho, un corazón que recuerda, quiere decir adiós como es debido. “Donde hubo fuego cenizas quedan y van a parar al mar”. Lo dijo él, no me causó gracia pero estuve de acuerdo en pasar juntos ese fin de semana.