miércoles, septiembre 30, 2009

Los viajes como material para contar historias


Los talleristas han sido desafiados a relatar un cuento breve que tenga como base alguna de sus experiencias relacionadas con un viaje y, con esta estructura de esta historia, modificar la realidad para que parezca algo literario.


A continuación, un fragmento de texto que tiene relación con la consigna. Es un cuento en construcción llamado " Compañeros de viaje". Que les sirva de mapar de ruta. Saludos.



La tortuga que agonizaba en la playa a la escasa luz de la luna, parecía un ídolo derribado de otro tiempo. Los cinco la rodeamos con curiosidad y sin emoción, mientras agradecíamos internamente tener un motivo para detener la marcha. El viento que venía del mar no era frío, pero sí poderoso; por momentos era un canto suave y en otros se tornaba en un grito que rompíamos con nuestros cuerpos. Me acerqué al torso de Hernán y percibí el sudor que se había ido enfriando sobre su piel dejando un olor agradable. Lo respiré rápidamente antes de que el aire salobre volviera a tomarlo todo. Nadie se atrevió a tocar a la tortuga aunque teníamos ganas: era un ejemplar grande que nos contemplaba bocarriba, con los ojos perdidos. Solo yo pasé la mano por el caparazón, del lado del vientre, y lo sentí liso y fresco. El animal, entonces, movió convulsamente una de sus patas y Lorna se prendió del cuello de Hernán. Nela, el Judío y yo intercambiamos miradas.
– Mejor seguimos, no hay que dejar que avance la noche, –sugerí–.
Hernán aflojó el abrazo de Lorna como si deshiciera un lazo con muchísima delicadeza, y le preguntó con la misma ternura que se emplea para hablarles a los chicos que están asustados:
–¿Ya ves el muelle?
Ella miró hacia la noche, la misma noche que llevábamos horas contemplando y que hasta ahora nos había contestado únicamente con una hambrienta tiniebla.
– Allá está, –dijo–, y su mano enrojecida por el sol señaló un punto luminoso en un lance de videncia. Le dimos un último vistazo a la tortuga y nos marchamos sin hacer preguntas. Caminábamos hacia el Norte, en dirección a Punta Carnero, abandonando sobre la arena al único ser con el que nos habíamos topado desde que empezáramos la caminata cuatro horas atrás.
Iba a ser la última vez o al menos eso fue lo que me dijo: “Despidámonos bien, una última vez en la playa, por los viejos tiempos. Van a ir unos amigos, pero podríamos huir, estaremos sólo tú y yo”. Entonces, me contó que se iba a Suiza a casarse con una chica palidísima que había conocido por los bemoles de su trabajo. Ella le propone matrimonio. Él arma su portafolio publicitario, renuncia a la agencia, le da un beso en la mejilla a su madre y se marcha hacia el éxito de un futuro cotizado en francos; pero antes, para demostrar que sí tiene un corazón en el pecho, un corazón que recuerda, quiere decir adiós como es debido. “Donde hubo fuego cenizas quedan y van a parar al mar”. Lo dijo él, no me causó gracia pero estuve de acuerdo en pasar juntos ese fin de semana.

lunes, septiembre 28, 2009

Buenas noches ( Rodolfo Arias Formoso)


Lectura de cuento sugerido, sesión cinco.
Elementos a considerar: El espacio.
Cuento de final abiertísimo, a ver cómo pueden interpretarlo

Pregunta a los talleristas ¿ Cómo influye el espacio en el personaje? ¿influye? ¿ no influye? Leo opiniones.


Salió del restaurante donde se detuvo camino a casa y aspiró la brisa fresca de enero. Se acomodó la hebilla del cinturón, palpó en la chaqueta las llaves, revueltas con monedas, y pensó darle algunas al cuidador. Pero ya no estaba como antes, recostado en el muro de la casona. Bajó la orilla del caño y se dispuso a abrir la puerta del carro. Las crepas habían estado bien, y las dos cervezas, y más temprano la conferencia. Ahora sentía gotear una vez más ese íntimo pesar que le manchaba los muros del pecho. No hay caso, se dijo, tengo como trasroscado el piñón del entusiasmo.

Fue lo de siempre: clausura del seminario de planeamiento estratégico y calidad total, data show y transparencias y rotafolios, el destello del puntero en el haz y el siseo del que se aburre y hace bajo la mesa el moon walk de Michael Jackson. Un hotel alto y angosto, una sala en el último piso, ventanales en tres costados y pared oscurecida al fondo donde surge su voz de especialista, pausada y serena. Va desmenuzando el tema como en una relojería, o como en una autopsia. Suelta un chiste por aquí y una mirada de refilón por allá a las rodillas de la ejecutivita que se empecina, sale del cañón de luz con su cara bien conservada, se acerca un tanto y los entretiene con una anécdota a propósito, recibe las risas, observa la tribuna de luces de la ciudad que se estira hacia las montañas, reverberando.

Recibió cortés los aplausos, respondió las preguntitas de rigor, se retiró de inmediato sin aceptar el whisky o el vino con bocadillos que los saloneros desplegaron en bandejas inciertas. Mientras bajaba la veintena de pisos, el ascensor se estremeció en su rito de números ámbar que acompañan el vacío del estómago, su rumor de polvo de silencio suspendido en el edificio donde nada interrumpirá la caída. Si se reventara el cable y cayera como una piedra tal vez aún podría salvarme, pensó. Sería cuestión de brincar en el momento justo del choque. Pero es imposible, en la vida esos saltos precisos siempre son imposibles.

Recorrió la avenida segunda en buena lid con los semáforos, de nuevo consigo mismo y el eterno rezumar en las costillas. Te merecés un premio, dale, aquellos franceses tercos que insisten con sus crepas entre tanta pizza y hamburguesa de mala muerte. Hay ideas que son como este plato, reflexionaba luego en la terraza rodeada de helechos, mirando las flores y las parejas que pasaban por la acera. Ideas como esta, partir un pedazo y llevárselo a la boca, ideas que podés masticar y degustar. Pero otras se te evaden, no las podés asir, como el regreso esta noche a la penumbra de la casa, al portón eléctrico, a los sillones de pana, anchos y aburridos de nadie.Oteó de nuevo la acera pero el cuidador ya no estaba. Abrió el carro, tiró el maletín en el asiento del pasajero, entró y quitó la alarma. Se abrochó el cinturón de seguridad, se acarició la nuca y quiso bostezar. En el instante mismo de meter la llave en la ranura del encendido hubo un apagón. Acabó la luz en las casas y edificios; un momento después en los faroles de mercurio. Le vino desde la niñez la imagen de un mantel a cuadros, de una candela torcida y de una abuela que sonríe.

Es total, se dijo mirando a izquierda y derecha la gran calle real, que pasaba un poco más allá. Terminó de meter la llave, encendió la máquina y los faros, que brillaron por un instante brevísimo y luego se apagaron con todo y el motor. Lo intentó otra vez y el arrancador no respondió. El corazón le dio un vuelco. Quiso hacerse hacia delante y ver a través del parabrisas, pero el cinturón se atoró. Aún así estiró el cuello, mirando con dificultad hacia arriba. Recordó que era una noche clara y sin luna, y buscó las estrellas. Horrorizado vio como se iban yendo una tras otra. El firmamento se borró de golpe y él se llevó las manos a la cara, frotándose los ojos. Los abrió y cerró, frenético, pero daba lo mismo. Por último quiso huir. Extendió los brazos, buscando el volante, el cinturón, la manija de la puerta, el maletín en el otro asiento. Manoteó enloquecido pero no había nada, no había nada por ninguna parte.

miércoles, septiembre 23, 2009

El tiempo


El tiempo y el espacio son elementos muy importantes en cualquier narración porque ayudan a hacer avanzar la acción, es decir que " las cosas pasen". Usualmente potencian la intención del narrador si es que no termina llevándose toda la historia. A continuación, un cuento del libro " Una noche frente al espejo" de la guayaquileña Livina Santos, llamado " Clasificados", como un ejemplo del manejo del tiempo junto con el diseño de personajes.


Clasificados.


Mi hija nació hace poco tiempo. No recuerdo exactamente su edad, pero serían unos nueve meses desde que aprendió a caminar y ayer la vi que corría detrás de la pelota. A noche la niñera me repitió unas frases que Viviana dice sin dificultad. Hoy quiero llegar temprano a casa porque mi hija crecey casi no me doy cuenta. Ya empiezo a buscar el jardín de infantes al que la mandaré dentro de unos pocos meses y siento nostalgia de ella, ganas de ir a abrazarla. Aunque la verdad es que tengo tantas cosas que hacer que por más que lo intento, no puedo todavía decir: y pensar que un día, en la mitad de lo que es ahora ( no, pensándolo bien ya tiene que haber triplicado ¿cuadruplicado? su tamaño de recién nacida). Hoy voy a llegar temprano a casa.


Mi hija es tan ordenada que pone cada cosa en su lugar, cierra puertas, cajones, tapa carros, sabe dónde está el tacho de la basura, limpia ceniceros, le gusta estar peinada y bien vestida, en fin, una niña modelo. Voy a llegar temprano para hacer de mi hija toda una mujer. Como es inteligente será una brillante alumna. Menos mal, así no tendré que andar detrás de ella para que cumpla con sus tareas. Cuando sea adolescente seremos muy buenas amigas. Actuaré de tal manera que cuando crezca sea una persona muy equilibrada. No voy a dejarla sola. Compraré la enciclopedia de la madre moderna que me están vendiendo en la oficina. Sofía me la recomendó porque la ha ayudado mucho en la crianza de sus hijos. Leeré todas las noches un capítulo y releeré los que sean necesarios. Mi hiija será, además de linda y estudiosa, inteligente y una excelente ama de casa. No fallaré, estoy decidida, no habrá nada que haga cambiar mi desición. Llegaré temprano a casa ni no seré solo su amiga, sino, también amiga de sus amigas. Para ganarme su confianza les ayudaré a hacer una fiesta y conoceré también a sus amigos. Creo que son muchos porque he escuchado algunas conversaciones telefónicas doonde se confunden nombres y situaciones. Tengo urgencia por llegar a casa. Las empleadas están alarmadad por ciertas conversaciones de mi hija con sus amigas, pero no me quieren decir de qué se trata. Yo también estoy alarmada. Ayer encontré los ceniceros de su dormitorio lleno de colillas, papeles en el piso, ropa por todas partes y sobre la cama, un periódico abierto en la página de los anuncios clasificados. Había señalado algunos avisos: departamento para señoritas.

Ya no tengo para qué ir a casa.

La estampa


Quedé en explicar con mayor detenimiento lo que era una estampa y de qué manera la utilizar este recurso para ejercitar mejor la destreza de la narración. La estampa consiste en enumerar los detalles de un personaje enmarcado dentro de un espacio ( el espacio es importante) de tal manera que parezca la instantanea de una foto. Otro nombre para la estampa es tarjeta postal o mosaico. Como su nombre lo indica " estampa", parece dar cuenta de un tiempo detenido donde lo importante es la sugerencia que da la descripción. De cuan efectiva sea la manera de plasmar los detalles, mejor será la estampa. Miremos el caso del autor mexicano, Guillermo Sampeiro.



Rocío baila


Rocío baila bajo la tela frágil de su vestido negro una danza de certezas que obliga a su cuerpo a formar constantes símbolos inéditos del transcurrir; los puntos blancos del vestido en la noche ajena y en la de Rocío son un delicado, frívolo, ágil, decadente, fugitivo cosmos que dibuja los femeninos malabares de sus brazos, las bondadosas contorsiones de la cintura y los gestos dolorosos y cálidos de su faz.
Crean en el aire de sombras una mágica sucesión de esculturas móviles, configuraciones cambiantes del erotismo.
Rocío baila en el borde de esta noche, sus muslos morenos penetran y abandonan la penumbra; a momentos son parte de la oscuridad y la traicionan luego para ser ellos la noche misma, las firmes y ligeras piernas de la noche.
Rocío baila en el fin de los giros oscuros y sobre el piso sus pies delinean novedosos signos del zodiaco.

miércoles, septiembre 16, 2009

Amor cibernauta ( Diego Muñoz Valenzuela)


Lectura de cuento sugerido, sesión cuatro.
A todo esto, este escritor de cuentos cortos es fantástico.
Elementos a considerar: El personaje, otra vez


Se conocieron por la red. Él era tartamudo y tenía un rostro de neanderthal: cabeza enorme, frente abultada, ojos separados, redondos y rojos, dientes de conejo que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo endeble y barriga prominente. Ella estaba inválida del cuello hacia abajo y dictaba los mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que no parecía tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca maltratada. Fue un amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de la armonía del universo y de los sufrimientos terrestres, de la necesidad del imperio de la belleza y de los abyectos afanes de los mercaderes de la guerra, de la abrumadora generosidad del espíritu humano que contradice la miseria de unos pocos.


Leían incrédulos las réplicas donde encontraban una mirada equivalente del mundo, no igual, similar aunque enriquecida por historias y percepcio­nes diferentes. Durante meses evitaron hablar de sí mismos, menos aún de la posibilidad de encontrarse en un sitio real y no virtual. Un día él le envió la foto digitalizada de un galán. Ella le retribuyó con la imagen de una bailarina. Él le escribió encendidos versos de amor que ella leyó embelesada. Ella le envió canciones con su propia voz, él lloró de emoción al escuchar esa música maravillosa. Él le narraba con gracia su agitada vida social, burlándose agudamente de los mediocres. Ella le enviaba descripciones pormenorizadas de sus giras por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás propuso encontrarse en el mundo real. Fue un amor verdadero, no virtual, como los que suelen acontecernos en ese lugar que llamamos realidad.



(*) Este microcuento forma parte del libro ANGELES Y VERDUGOS , publicado en 2002 por el autor, bajo el sello de la editorial Mosquito.


Por si quieren leer algo más de Diego:

http://diegomunozvalenzuela.blogspot.com/




domingo, septiembre 13, 2009

Los personajes y sus caracterizaciones


Locos, este sábado 12 de septiembre, me olvidé de darles un ejemplo decente de caraterización. Estoy posteando, ahora, un fragmento del cuentista colombiano Antonio Ungar, que a mí me parece fantástico. El cuento se llama " El circo Lumani de los olvidados". A continuación, coloquemos sus ejemplos de personajes caracterizados por sus rasgoz físicos:


" En las graderías, mientras tanto, los muertos, los protagonistas, solo piensan en cosas como un sudor incómodo en la cintura, una costra inalcanzable en algún rincón de la espalda. En el charco espeso de la entrada, en alguna moneda negra de dos pesos en le bolsillo izquierda. En la nuca sucia de otro muerto, que es la nuca sucia del mismo muerto, también..."


Otro texto del auto, muy bueno, por cierto, aquí:



Esperos sus ejecicios.

lunes, septiembre 07, 2009

Extensiones

Locos, nos extendemos hasta el tres de octubre del 2009.
¿Estamos de acuerdo?

¿Qué será de mí? ( Raúl Pérez Torres)


Lectura de cuento sugerido, sesión tres.
Elementos a considerer: El personaje



La encontré una madrugada, descuajaringada, saliendo del Seseribó con su novio, un rubio que olía a porvenir dorado.
Llevaba los ojos a la espalda y la cartera en bandolera; uno de los tacones se había quebrado y con el zapato en la mano, desconsolada, golpeaba una y otra vez en la ventana del Bronco mil nueve noventa y tres.
El rubio le increpó de mala manera con su voz gangosa y ella se lanzó contra él, en cámara lenta, con un gesto tristemente alcohólico. El hombre, re­chazándola de un empujón, abrió la puerta, prendió la máquina y se alejó tumbando el triángulo del parqueo y gritando alguna blasfemia en inglés. Se sentó desconsolada en la vereda y empezó a hurgar desesperadamente en la cartera.
Me acerqué despacio y le ofrecí un cigarrillo prendido. Levantó sus ojos vidriosos entrecerrándolos y con esfuerzo me dijo:
–¿Eres milico?
–No –le dije–, es una chaqueta heredada.
Sonrió entonces y exclamó, ya segura:
–Soy una perversa en estado de pureza.
Luego empezó a llorar con dedicación con grandes suspiros, con gestos ambiguos, como si estuviera ahogándose, limpiándose la nariz con el dorso de su mano dormida.
Me senté a su lado en silencio, mirando cómo las lágrimas formaban un hilillo negro que iba de sus mejillas a sus labios, y empecé a recordar lo que decía mi tío Nacho con respecto a las lágrimas, lleno él también de soledad e ingratitud: “Toda gran pasión termina en una gota de agua. La memoria sólo existe para eso, para acumular olvido. Soportar la ausencia es el olvido”, y se tomaba su ron como quien está comulgando.
–Vamos –le dije dulcemente– te llevaré a tu casa. En estos tiempos un hombre no significa nada, peor si es gringo.
Se rió con ganas y se arrimó a mi hombro. Su cabeza pesaba, olía a tabaco.
–Vamos –insistí– ya es muy tarde.
La luna. Siempre la luna. Cara de tonta la luna a esas horas. Una hora antes yo había salido de mi casa, para enfrentarla (a la luna), para que me dijera de una vez y al aire libre lo que quería decirme a través de la ventana de mi dormitorio, mientras Viviana dormía a mi lado con la placidez de los cadáveres, y yo estropeaba la última pesadilla para levantarme decidido e ir tras su huella de plata. Pero ya no me importaba la luna. Me importaba ese juguete lloroso que a ratos se estremecía y lanzaba leves suspiros que iban dejando atrás al llanto.
–Está bien –me dijo limpiándose las lágrimas– me levanto si me das un beso.
Un beso. Sal, saliva y lágrima. Un beso que cubra mi agobio, la pesadilla nocturna, la mariposa negra de la cotidianeidad. Un beso entonces para comenzar a recorrer los laberintos del azar.
Echamos a caminar.
–John es mi novio –me dijo con una voz asustada–. Tengo un novio de porquería.
Entrelazó su mano a la mía y como siempre empecé a ahogarme.
Caminaba danzando, metiendo en su cuerpo la alegría de la madrugada. Por allí tomamos un taxi y ella dio una dirección. Los Sauces. Avenida de Los Sauces.
–Los sauces llorones –dije.
Ella se apretó contra mi pecho, alzó su rostro y me dijo:
–No me dejes sola, no esta noche.
Así que también ella. Así que el vacío era ecuménico. Así que esta luna regaba soledad por todas partes. Así que el miedo y la tristeza y la angustia viajaban en taxi por las calles de Quito. Así que nos iba creciendo como una nueva piel, como una nueva costra.
Sus padres vivían en la casa delantera, ella en el departamento de atrás. En el tiempo de las vacas gor­das ese departamento lo utilizaban las criadas. Pero ahora, tú sabes...
–Podrían despertarse –dije, mientras ella jugaba con las llaves como si fueran cascabeles.
–Siempre duermen como osos –me dijo. Duermen seis meses y seis meses trabajan. Son asquerosos. Legañas y ojeras.
Prendió la luz. Un dormitorio de juguete. Horroro­sos afiches de Frida Khalo sujetándose con hebillas todas sus enfermedades. Por allí un Chaplin que era un alivio. Un colchón en el suelo, libros tirados y en una silla de mimbre dos o tres calzonarios como ro­sas. Se acercó a la casetera y aplastó un botón. Un ronco estertor salió del aparato:
–Es Janis Joplin –dijo– me muero por ella. Me gus­taría atravesar su garganta. Prepara un bareto –mas­culló, señalando los libros del veladorcito–. En el li­bro de la Yourcenar hay un poco de hierba. Y luego fue al baño. El ruido de su vómito espasmódico, lar­go, hizo por un momento dúo a la voz de la Sony.
Cuando salió era otra. Pálida y bella como una vir­gen del medioevo, con una camisa de hombre por to­da vestimenta, un cuerpo desprotegido, falto de inso­lencia, un cuerpo de hermana, que me lo ofreció sen­tándose junto a mí. Con tristeza empecé a divertirme con los botones de su camisa, sus gestos eran tan in­tensos que me reprochaba la pasividad de los míos, y he aquí que de pronto sentí la bruja de su carne, bruja blanca apretada contra mí, violentándome, produ­ciéndome quejidos de asombro y de deseo. Se sacó la camisa y dijo:
–Por hoy basta de preámbulos.
Su cuerpo desnudo era un canto al arte de la bre­vedad, como esos cuentos perfectos que jamás escri­biré. La inteligencia de su cuerpo me avergonzaba como a un muchacho de escuela. Parada frente a mí parecía un templo, un templo percibido en sueños, un templo como el que alguna vez vi en Samarcanda, ¿fue en Samarcanda o en Pyong Yang?
–Eres bella –le dije, tomándola en mis brazos– eres un cuerpo para toda la vida.
Meandros, algas marinas, tacto del sueño, caballos galopando, caracoleando. Caricia infiel, solapada y abierta, espuma, más espuma, vértigo y vértice, im­precación su cuerpo, blasfemia. Ardilla perseguida y muerta y viva, túnel para llegar al otro día, mágico túnel por el que me estaba yendo, por el que me iba.
Y luego ¿qué? ¿El restallar de la mariguana viva, con su ojo abierto hacia el tumbado? ¿El cuerpo agradecido virado hacia el lado de la culpa? ¿La caricia submarina y nostálgica del tiempo que se va?
Las palabras empezaron a caer como una lluvia tenue mientras el día se sacaba la máscara. Palabras maltrechas apoyándose en el bastón de la promesa, de la ofrenda, palabras con esparadrapo para las llagaduras.
–No sé tu nombre –me dijo, mientras acariciaba mi rostro con su mano abierta– y sin embargo no he conocido nada más profundo. ¿Cómo es esto? Has hurgado mi vida, me has violado, me has robado, me has dejado sin mí. Quiero que me ames siempre, para siempre.
–Sí –le dije, apenas apenado, chupando uno a uno sus dedos húmedos– te estoy amando para siempre. La eternidad es sólo este momento.
–Eres un monstruo, un malo –dijo
–El azar produce monstruos –dije convencido.
–Y ahora ¿qué haremos? –dijo desconsolada–, ¿qué harás?
–Sobreviviré –dije–. Estoy acostumbrado a sobrevivir. Es lo único que el hombre contemporáneo ha aprendido: a sobrevivir. Somos los sobrevivientes de la post‑guerra, pero de la post‑guerra fría. En todo caso, parece que algo nuevo me llevo entre los ojos.
Sonó el teléfono. Un cadáver sacó la mano del ataúd.
–Sí, sí –dijo ella desde otra voz–, estoy bien. Eres un puerco. Okey, a mediodía, I want to talk to you.
Me vestí y salí. El sol de las once se clavaba en mi cabeza como un puñal. No sabía si pasar por mi hogar o irme directamente a la oficina.
Como Lázaro, eché a andar.


Y, esto nos aconseja el maestro español José Ovejero, acerca de los diálogos: sugerencia e intuición.





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